Extracto de la entrevista de Alfonso Tealdo al destacado historiador Raúl Porras Barrenechea, publicada en el mensuario Gala, en octubre de 1948. El texto es considerado uno de los más brillantes en toda la historia del periodismo peruano.
Se han derrumbado los libros en los anaqueles. Ya no hay
plenitud vertical en las estanterías. Muchos de ellos —¡cuarenta cajones!— se
han marchado con el Embajador. Minervas, banderines, retratos, Giocondas. Está
en silencio, empobrecida, abandonada, la biblioteca de Raúl Porras. Sólo un Don
Quijote de bronce parece gritar en la penumbra, mientras que una estatua oscura
de Palas Atenea sostiene al extremo de su brazo, en alto, una cabeza: la cabeza
de la ignorancia.
Días antes de su partida estuve con él tres veces. Y vi su
gran cabeza ponerse oblicua para que su ojo azul mirara el libro antiguo. Vaga
pupila de pez cuando se posa sobre viejos pergaminos. Un estrabismo curioso y
significativo, como si su mirada necesitase de un taladro de luz en la lectura.
Y una voz honda y reposada, amorosa y triste —la Historia es melancolía— donde
se diluyen y se abrazan la emoción por el Cid Campeador y por Pizarro, por
Rubén Darío y por San Martín.
Los cronistas y libros coloniales. Libros de exequias,
aclamaciones y pompas reales. Las últimas valijas reciben a Montalvo y a Fray
Juan Meléndez. La Historia de la Catedral de Lima y la Historia de los Santos.
Esta vez, un barco de guerra, la Fragata "Teniente Gálvez", lleva la
cultura del Perú a España.
—Tengo el temor —me dice Porras, sonriente— de que esto
termine proporcionando ilustración peruana a las ballenas y tiburones.
¡"Los Tesoros Verdaderos de Indias" en el vientre
de un cachalote, o "La Estrella de Lima sobre sus Tres Coronas",
hecho añicos en la aguda y doble sierra de un selacio empedernido! Todo es
posible: hasta los animales son ignorantes.
—¿Se va Ud. por mar, doctor Porras?
—Sí, por mar: no es posible ir en calesa.
UNA ABUELA MUY VALIENTE
—Mi tío Melitón Porras fue el hombre de más personalidad
durante el primer gobierno de Leguía. Había devuelto la Corona a Chile y
llegaban de Arica los cautivos. Se hizo creer que iba a ser el sucesor de
Leguía y esto despertó recelos. Hubo hasta manifestaciones contra él y un
asalto a la casa de Mogollón. Yo tenía 14 años y allí vivía con mis tías y mi
abuela Virginia, acostumbrada a defender con escopeta la hacienda de Chota
cuando la atacaban los bandoleros. Las turbas, un día, entraron a la casa y
encendieron una fogata en la escalera. "Acompáñame", me dijo mi
abuela, y bajamos por la escalera de mármol. Abrió la reja, y le dijo al
populacho: "¡cobardes! aquí sólo viven mujeres y niños. Vayan a la casa de
mi hijo, en Judíos, que la Policía sabrá recibirlos como ustedes se merecen".
LOS PRIMEROS AÑOS
Porras hizo sus primeros estudios en el Colegio de San José
de Cluny, en la Calle La Fuente. Es una parvada de cuatro a ocho años. Antes de
aprender a leer, ya sabe cantar la Marsellesa. ¡La Madre Batilde! Porras la
evoca cariñosamente. Ella le enseñó lo que era la libertad, lo que eran los
números y lo que era Dios. Todavía vivía su abuelo Melitón Porras y Díaz,
esposo de doña Virginia. El abuelo, sumamente alto y acostumbrado a una férrea
disciplina colonial, se preocupaba muchísimo por las notas del pequeño Raúl:
"Te daré un real si en lugar de traer "bien" traes "muy
bien".
—¡Muy bien! —me cuenta—; hasta ahora me lo debe. Estas
deudas de los abuelos qué tiernamente significativas son. Son una verdadera
sabiduría del recuerdo. Son para que no los olvidemos.
SU PADRE
Al salir del salón de los grandes retratos, Raúl Porras me
enseña un cuadro. Es un apunte de San Andrés.
—Lo hizo mi padre —me indica— Aficionado a la pintura,
terminó por dedicarse al comercio. Sería por esto que Teófilo Castillo,
profesor de mis hermanas, insistía en que yo dejara la Historia y me hiciese
pintor.
—Sí, doctor Porras —le respondo—, sé cómo. Enamoraban juntos
a las sobrinas de don Andrés Avelino Aramburú y estuvieron juntos en la batalla
de Miraflores, Leguía hablaba mucho; mi padre hablaba poco. Cuando mi padre
murió, Leguía se puso luto.
EL PROFESOR
En su viejo "Essex" verde lo recuerdo a Raúl
Porras, hundido en un desvencijado asiento gris. Lleno de libros ingresaba a su
clase, en el Anglo Peruano. ¡Oh, la literatura picaresca española! Hasta los
alumnos más torpes y reacios, hasta los más engreídos por su fortuna, hasta los
que despreciaban en su adolescencia plutocrática y sin sentido la belleza de la
palabra escrita, se quedaban como petrificados en sus asientos al sonar la hora
de salida. Virreyes, poetas, caudillos: Porras a todos los alumnos les hizo
amar la historia. Les hizo amar la literatura. ¡Qué maestro, Raúl Porras! Es
como para dar gracias a Dios por haber sido su discípulo.
Hasta fonógrafo lleva a la clase. Un día el director del
plantel se escandaliza. ¿Qué ocurre? Nada: Raúl Porras está tocando la
salaverrina.
En el Colegio Italiano, enseña Historia del Perú. El
director advierte que la indisciplina está cundiendo en el alumnado. ¿Qué es lo
que pasa? Es que Paris, el vigilante, dedica todo su tiempo a escuchar, desde
una ventana, lecciones de Historia del Perú.
Pero es en el Colegio Anglo Peruano donde organiza el más
resonante de los debates. Se repleta de público la sala de actuaciones. Se
trata, nada menos, que de una parodia de la Sétima Conferencia Panamericana.
¡Hablar de imperialismo anglosajón en un colegio inglés! "Lo único que se
busca", explica Porras al director, "es medir la fuerza dialéctica y
oratoria de los alumnos". En este certamen, yo representé a Sandino. Jorge
Guillermo Leguía me prestó un libro formidable: "Estados Unidos contra la
Libertad", de Isidro Fabela. Perdió el equipo de América Latina por un
punto. Por falta de urbanidad.
—Yo he estado siempre agobiado por la tarea de enseñar. Sin
embargo, ¡qué gran satisfacción la de haber sido profesor de segunda enseñanza!
¿Por qué no termina sus libros Raúl Porras? ¿Por qué no
culmina sus estudios sobre los satíricos, la biografía de Sánchez Carrión y la
vida de Pizarro?
—Los libros de un maestro —me explica— son sus alumnos.
Hoy una novela de Unamuno en la que un personaje le pide al
autor que no lo mate.
—Además —agrega— no he querido matarlos.
EL DIPLOMATICO
Su tío Melitón Porras lo llevó a Relaciones Exteriores el 5
de junio de 1919.
—Desde mi cargo de Jefe de Archivos de Límites hice
oposición al Tratado Salomón-Lozano, que sólo se conoció el 27 pero que firmó,
secretamente, el 22. Rada y Gamio buscó consejeros en la calle. Para él el
Archivo de Límites era un nido de traidores. En su casa tenía un gran mapa del
Perú en el que aparecía muy reducida la zona que se entregaba a Colombia. A los
pocos meses —continúa diciéndome— me destituyeron por una conferencia que
pronuncié sobre Toribio Pacheco. Fabio Lozano, sumamente inteligente y gran
amigo mío, me propuso gestionar ante Leguía mi reincorporación. Leguía no le
negaba nada. Yo no podía permitir que un ministro extranjero pidiese eso por mí
y no lo autoricé.
A través de una mampara, en cierta ocasión, Raúl Porras vio
a su tío Melitón, entonces Ministro de Relaciones Exteriores y el primero de
Piérola, discutir sobre el mapa con Fabio Lozano. Lozano, con un lápiz, quiso
hacer la línea del callejón; pero Melitón Porras le quitó la mano y se la puso
sobre Colombia. y como él no era el hombre para firmar semejante Tratado, se le
hizo cesar en su cargo. El hombre era Salomón.
—Hoy —me dice Porras— las cláusulas del Tratado no se pueden
discutir porque es la norma jurídica que resguarda la amistad entre los dos
pueblos.
Dos meses después de haber sido separado de Relaciones
Exteriores, Raúl Porras fue restituido. El alegato de Tarata fue la ocasión:
—El 25 se había dictado el Laudo, pero quedó pendiente la
cuestión de los ríos y surgió el problema sobre los límites de Tarata, cuya
demarcación política, por ser provincia, no existía. Entonces recurrí a la
demarcación religiosa: habría que encontrar los límites del curato de Tarata en
el Obispado de Arequipa. En los archivos de su catedral reuní 30 a 40 pruebas
sobre la extensión de Tarata que comprendía todo el Maure y que dejaba al lado
del Perú el ferrocarril de Arica a la Paz. Además, encontré interesantes
documentos sobre José Mariano de Arce y Pumacahua.
El árbitro iba a dar el fallo favorable al Perú; pero se
produjo una consulta técnica: ¿quién era el único capaz de absolverla? Raúl
Porras.
—Rada y Gamio vino a mi casa. Lo hice esperar varios minutos
en la puerta al ministro de Relaciones Exteriores. Al pasar junto al retrato de
Felipe de Osma, hizo "¡Uf!" y se cubrió la cara con las manos.
"Contesta esto", me dijo. Contesté. "No; así no: por
escrito". "No puedo: no he consultado los documentos", le
respondí. "Es un asunto de mucha responsabilidad; tendría que regresar al
Ministerio", agregué. Rada y Gamio se fue adonde Leguía: "No quiere.
Me ha hablado, además, de responsabilidad, que es una palabra civilista".
Leguía dijo: "Tiene razón: que regrese al Ministerio". Hice que
rompieran el decreto de destitución y que me pagaran los sueldos no percibidos.
En 1931, Sánchez Cerro arrojó del Gobierno a todos los que
estuvieron con Leguía. Porras sufrió su persecución. Clausura de San Marcos.
—Protestamos en el General de San Marcos. Yo, que no soy
orador, tuve que tomar la palabra. Juramos no volver a una Universidad
impuesta. No cabía reformar una Universidad verdaderamente reformada y menos
desde afuera. Me habían dicho que la Universidad había sido dinamitada. No hubo
más dinamita que mi discurso.
Recuerdo esa jornada en San Marcos. Un tumulto de
estudiantes y de banderas rojas. En los claustros altos, tras de los gruesos
cristales de sus gafas, bajo sus anchas cejas negras, Jorge Guillermo Leguía
sonreía. Parecía un águila y un niño. Parecía decir: nada puede la espada
contra la cultura. Nada, al final.
Sánchez Cerro pasó. Todo pasa, hasta las calamidades.
EL PLANO DEL INFIERNO
A Porras le preocupaba mucho el plano del Infierno. Para
explicar la Divina Comedia era indispensable. "Hay que hacerlo", le
dijo a José Jiménez Borja. Pasó el tiempo y un día José Jiménez Borja le enseñó
una edición italiana con los planos del infierno, del Purgatorio y del Paraíso.
Raúl Porras los miró con su ojo azul y se iluminó su rostro
de alegría: hay que saber el sitio exacto a donde irán a parar los que nos
odian y los que nos quieren.
Fuente: Revista Caretas (versión online).
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